El frágil desorden del mundo
Por Alberto Hutschenreuter
¿Hay algo más preocupante que un mundo sin orden o configuración, es decir, un mundo donde el establecimiento y deferencia de normas comunes que favorezcan la cooperación entre los Estados se reduzca casi a mínimos? Pues sí: un mundo en el que los actores preeminentes que deberían estar “preocupados y ocupados” en la construcción del orden se encuentren bajo creciente rivalidad, al punto de que la situación no sea de “pacífico desacuerdo” sobre diferentes cuestiones sino de tensa discordia o de "guerra latente".
Es el estado del mundo hoy, donde solo una situación que implique una "fuga hacia delante" en la placa geopolítica de Asia-Pacífico, digamos, a partir de un incidente o provocación mayor entre China y Taiwán o entre China y Japón, coloque al mundo en una nueva catástrofe militar a escala mundial; pues entonces, los tres escenarios selectivos, es decir, los de mayor concentración de intereses geopolíticos, geoeconómicos y geoestratégicos (esto último implica actores mayores e intermedios en liza), Europa del este, Medio Oriente-Golfo Pérsico y Asia-Pacífico, estarán atravesados por el estado de guerra.
Sí ello finalmente sucediera, la principal preocupación manifestada por Henry Kissinger en su obra Orden Mundial, la de no lograr reconstruir un sistema interestatal estable, no solamente será realidad, sino que hasta podrían crearse situaciones novedosas, complejas y turbulentas, por caso, órdenes regionales bajo determinadas esferas de influencia identificadas con estructuras internas y formas de gobierno particulares, por ejemplo, el modelo westfaliano contra la versión islámica radical.
Esto último no deja de ser una interesante hipótesis. Pero no lo es el reto que supone la falta de orden internacional y la situación actual de guerra latente o de "no guerra" entre los poderes mayores del mundo. Desde la crisis de los misiles en Cuba, nunca hubo una situación de tan tensa rivalidad en el mundo. De dicha crisis ambos poderes, Estados Unidos y la Unión Soviética, extrajeron conclusiones diferentes y desestabilizadoras, pero como predominaba un régimen internacional, ambos lograron acuerdos estratégicos hacia fines de los sesenta y en los setenta.
Hoy tenemos una situación más peligrosa, pues en el territorio de Ucrania los combatientes son rusos y ucranianos. Pero en el segmento o nivel estratégico de la confrontación los oponentes son Rusia y Estados Unidos. La asistencia financiera y militar es la que ha hecho que la guerra sea larga y discernible en relación con el (hasta hoy) compromiso creciente de Occidente con Ucrania.
Pero la guerra ha sido el epítome de un proceso de búsqueda de ganancias de poder entre Estados que se inició hace muchos años, y que acabó por trastocar todos los equilibrios geopolíticos y estratégicos en el "cinturón" de Europa del este, particularmente en esa "región puerta" que es Ucrania (como la denominan los geopolitólogos).
Esa curiosa lógica de pretender maximizar poder y seguridad por parte de Occidente ha depreciado sensiblemente las posibilidades de alcanzar una configuración internacional. Acaso sea éste el principal rasgo del desorden disruptivo que tenemos hoy en el mundo: un estado internacional en el que los actores "que pueden" se muestran reluctantes a creer en las posibilidades de orden y en la conveniencia de culturas estratégicas existentes como activos públicos que proporcionen estabilidad.
Casi en todas las dimensiones de la seguridad internacional se extiende esta realidad centrada en el poder nacional y en los intereses nacionales primero, siendo acaso una de las más evidentes el segmento de las capacidades militares estratégicas, donde la disuasión parece un concepto peligrosamente dejado de lado por concepciones tendientes neutralizar la retaliación a un primer golpe atómico.
En este contexto de desorden internacional, la dimensión geoeconómica y tecnológica del mundo podría acabar siendo impactada por alguna situación que erosione el costo de la ruptura del comercio internacional, y se produzca entonces una desglobalización, es decir, la ruptura de la última red de contención ante el ascenso de la disrupción geopolítica global.
El especialista Robert Haass sostiene que hay un nuevo desorden internacional. En él, "las malas noticias superan a las buenas". Y la principal es la falta de consenso entre los actores para establecer mínimos acuerdos en viejos y en nuevas temáticas.
Haas es un realista, pero es muy discutible que lo que sostiene implique que nos encontremos en un nuevo desorden internacional. El desorden viene de hace tiempo. Podemos ser cautos y decir que desde la cooperación que permitió superar relativamente la crisis financiera de 2008 el clima internacional se fue deteriorando. Pero, en rigor, el “nuevo desorden” es el “viejo desorden” que se inició cuando, tras el fin de la Guerra Fría, en lugar de la búsqueda de un nuevo concepto relativo con el equilibrio, en Occidente se buscaron ganancias de poder para afirmar una primacía que con el tiempo terminó siendo desestabilizante, siendo la confrontación en Ucrania la más lamentable de sus consecuencias.
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