De la geopolítica a un mundo temático y con líderes posmodernos
Por Alberto Hutschenreuter
Napoleón sentenciaba que la geografía gobernaba a las naciones. Muy posiblemente, si entonces hubiera existido el término geopolítica, nacido un siglo después, el corso lo habría preferido a geografía.
Porque es la geopolítica, esto es, las consideraciones políticas aplicadas a los territorios con propósitos relativos con el interés y el poder nacional, la que (en buena medida) determina decisiones desde los gobiernos, o más precisamente, desde las apreciaciones de hombres de Estado, que no sólo son gobernantes, sino personas que piensan desde lo que Karl Deutch denominaba "la cocina del poder".
En el siglo XXI no abundan los estadistas. Los últimos han muerto, o bien ya no gobiernan, por caso, Jacques Chirac y Angela Merkel. Claro que hay hombres talentosos, pero quizá no es la talla estratégica la que no se alcanza sino la configuración desgeopolitizada y multitemática que va tomando el mundo la que dificulta la emergencia de líderes de escala.
Llevamos mucho tiempo sin verdaderos estadistas. Los del siglo XX, es decir, los protagonistas de los grandes hechos mundiales, Churchill, de Gaulle, Mao, Tito, etc., fueron desapareciendo en los años sesenta y setenta; y como decía el profesor Carlos Fernández Pardo, con ellos acabó el siglo XX. Luego hubo importantes dirigentes y pensadores del final de la era bipolar y la era pos comunista, Reagan, Schmidt, Gorbachov, Kohl, Mitterrand, etc.
El siglo XX fue muy geopolítico, al punto que los grandes sucesos fueron precedidos de acontecimientos en los que interactuaron política, intereses y territorios, es decir, "compuertas geopolíticas". La Guerra Fría implicó lógicas ideológicas opuestas atravesadas por la geopolítica. Todo ello exigió liderazgos con conocimiento político-territorial. En la misma América Latina predominaron líderes con esa preparación, por ejemplo, Perón en Argentina.
Pero en el siglo XXI pareciera que la pluralidad de cuestiones ha instalado la necesidad de crecientes liderazgos con miradas (y prácticas) relativas con patrocinar y afirmar un nuevo patrón de temáticas múltiples globales; es decir, prácticamente nada de lo que hemos conocido y nos ha impactado a los humanos tienen ya lugar y sentido. Aunque no en todos, en varios países de la Unión Europea se puede ver a esos "líderes de nuevo cuño".
Desde este enfoque "adanista", aquellos que sostienen, por ejemplo, que la anarquía internacional, esto es, la ausencia de un gobierno o entidad ejecutiva interestatal, continúa siendo un dato de las relaciones internacionales, hecho que convierte a los Estados en los árbitros de tales relaciones, son calificados como "filo-anárquicos", algo así como portadores de una obsesión que no solo no se corresponde con la realidad, sino que es obstaculizadora del nuevo progreso.
Igualmente, aquellos que consideran que la geopolítica, el interés y el poder nacional son temas que continúan manteniendo la vigencia de siempre son tildados de perimidos que, como aquellos otros, continúan "casados", para utilizar términos de Richard Falk, con "la permanencia del sistema de Estados como la forma óptima de gobernanza global alcanzable", e ignoran las preocupaciones normativas y los beneficios de la cooperación. Asimismo, los "viejos enfoques" tienden a lateralizar las cuestiones de nuevo cuño, como por ejemplo la ecología.
En otras palabras, la idea de lo que se conoce como "globalismo" se funda en una prácticamente indetenible fuerza que, desde abajo, va "aflojando" las fuerzas que, desde arriba, siempre han signado las relaciones internacionales. Hace unos años, el especialista Stephen Gill lo ha simplificado de una manera bastante interesante y curiosa cuando escribió sobre el "príncipe posmoderno" para referirse a las temáticas que venían a ocupar el centro de dichas relaciones: movimientos sociales, tecnología, derechos de los pueblos, medio ambiente, conectividad, solidaridad, etc.
Tolstoi y Gramsci ya se habían referido a ello mucho tiempo antes, pero los nuevos tópicos han renovado esta tendencia que nos dice que un mundo nuevo, unido y esperanzador está naciendo.
En buena medida, la carencia de grandes líderes internacionales está asociada al globalismo (que no es lo mismo que globalización), un fenómeno anti-geopolítico que nos viene a decir que: en un mundo de nuevos temas, deseos y lógicas sociales, difícilmente habrá sitio para cuestiones perimidas y deletéreas, posturas conservadoras e individualismos. En todo caso, los "nuevos lideres" deberán identificarse con el globalismo; porque los líderes que se identifican con los "viejos temas", es decir, con la geopolítica, la patria, el interés nacional, los valores nacionales, las capacidades, la familia, etc., o son retrógrados, o bien son autocráticos, soberanistas y belicistas que ponen en riesgo al mundo.
De esta forma, el mundo, una vez más, se va configurando (y fraccionando) en enfoques y prácticas opuestas y enfrentadas. Ante dicha configuración, es y será importante, también una vez más, no creer que existen procesos neutros o desprendidos de lo que protohistóricamente ha sido una categórica realidad: el poder y sus múltiples formas de ejercicio.