miércoles, octubre 27, 2021
sábado, octubre 23, 2021
La gran disrupción del siglo XXI: globalistas contra patriotas
Por Alberto Hutschenreuter
Cuando hablamos de globalismo (no de globalización) nos estamos refiriendo a una ideología cuyo propósito es volver evanescente las fronteras nacionales, impulsando un sistema de tópicos que se extienden desde el desarme hasta las políticas de género, pasando por la ecología, las organizaciones no gubernamentales, las organizaciones sociales, el cosmopolitismo, los "comunes globales", etc. Se trata de una lógica que ampara y promueve un orden internacional basado en el deseo del hombre libre, sin responsabilidades ni compromisos. En buena medida, dicha lógica conlleva claves del mundo del Dovstoievski de "Los hermanos Karamázov": si Dios no existe, todo está permitido.
Cuando hablamos de patriotismo nos estamos refiriendo a cuestiones "como de costumbre", para usar términos de Stanley Hoffmann, esto es, Estados, soberanía, valores patrióticos, capacidades, tradición, etc. Una lógica que defiende un orden basado en patrones clásicos, y reluctante de toda modernidad que implica relativizar todas las cosas.
Son dos lógicas encontradas o divergentes, y que se mantendrán así, aunque bajo mayor intensidad hasta un desenlace que no podemos hoy prever.
En mayor o en menor medida, los países adhieren a una de las dos lógicas, habiendo actores que trazan cierta diagonal. Por caso, la Unión Europea, el territorio de fusión geopolítica más avanzado del mundo, postula, conforme su condición de actor pos-estatal, un orden global donde predominen sus valores normativos e institucionales.
Claro que en su seno hay actores patrióticos. Estos defienden la integración, pero no a cualquier precio. Polonia y Hungría, por ejemplo, rechazan una integración que relativice cada vez más la tradición nacional y la condición espiritual-religiosa. En buena medida, son actores que siguen el "modelo de Gaulle", es decir, una Europa unida que no revoque las patrias.
Por otra parte, hay países firmemente patrióticos, por caso, Rusia. No es el único, claro, pero el estado de crisis con Occidente permite que dicho patrón se manifieste con fuerza en ese país que tal vez se encuentre en una crisis socioeconómica, pero no en una crisis espíritu-religiosa.
El factor local también se puede apreciar en los países árabes, donde el peso de la humillación por parte de los poderes externos, la creciente demografía y el ascendente religioso, difícilmente permitan aceptar un orden basado en "el deseo primero".
En el inmenso arco que se extiende desde China al África, la postura es patriótica. En el caso de China, la introducción del capitalismo difícilmente tendrá correlato en el extendido sustrato del confucianismo y en la autopercepción protohistórica China de ser el "Imperio del Centro", una visión universal propia.
Como bien sucede con todos los procesos, ambas fuerzas, globalismo y patriotismo, no son fenómenos neutros. Todo lo contrario: comportan una lógica de poder e intereses, particularmente en relación con la causa globalista.
En Estados Unidos anidan ambas lógicas, aunque el regreso de los demócratas al poder implica una primacía del enfoque globalista. Pero el orden internacional que persigue no admite pluralismo alguno: debe estar anclado en los valores de la nación estadounidense. Es decir, impulsa el globalismo pero con base occidental-atlántica, desmarcándose del enfoque de Europa.
No se trata de algo nuevo, pues la potencia mayor casi siempre incluyó el globalismo en su política exterior. Pero es un globalismo que va acompañado (o impulsado) por otros componentes o anclajes nacionales: una visión mesiánica del mundo, en el sentido de ser Estados Unidos la tierra-residencia del "bien" en el mundo; por el nacionalismo; por el mercado; y, finalmente, por el militarismo. No sería desacertado decir que se trata de un "wilsonismo con capacidades".
Claramente, este modo globalista choca con quienes más se oponen a su influencia: Rusia y China. Por tanto, nos encontramos ante una rivalidad entre tres civilizaciones o naciones excepcionales, cada una con un sentido de autopercepción de superioridad y misión.
Una compleja situación que prácticamente asegura otro siglo de pugna entre lógicas diferentes y universalistas.
Finalmente, para los países de Latinoamérica, cuya relevancia estratégica global sufrió un alarmante descenso durante la pandemia, se trata de un conflicto que exige (y lo hará más aún) calibradas reflexiones y análisis dentro de un contexto de poder, sobre todo en relación con los riesgos que para la región implica el capítulo de los recursos o activos estratégicos por parte de ambos enfoques.
Etiquetas: geopolìtica, política
miércoles, octubre 20, 2021
¿Hacia las relaciones pos-internacionales?
Por Alberto Hutschenreuter
mundo de hoy, profundamente dañado por el impacto de la pandemia: un mundo sin régimen internacional, con crecientes niveles de conflictos
entre poderes preeminentes, con alto grado de acumulación de capacidades (convencionales y nucleares), cada vez más dividido entre lógicas globalistas y lógicas patriota-soberanistas y con un multilateralismo devaluado.
La misma percepción sobre la guerra, la ecología, la globalización comercio-tecnotrónica, el territorio digital, la revolución industrial de internet, la inteligencia artificial (IA), etc., han ido fomentando una creencia relativa con el advenimiento de una nueva era en la que
los patrones tradicionales que han mantenido históricamente separados a los Estados perderán gran parte de sustento, pues el grado de conectividad entre las sociedades (antes que entre los Estados) no se basará solamente en la profusión de redes, sino en un orden de
preferencias y requerimientos de las mismas determinado por un complejo sistema de inteligencia que cada vez más se irá acercando a la frontera pos-humana.
Acaso el concepto de lo que se denomina "sociedad 5.0" nos proporcione alguna aproximación sobre cómo sería ese mundo sin precedentes.
Desde 2015 Japón está trabajando para convertirse en una "sociedad 5.0", una estación última tras la 1.0 (caza y recolección, 2.0 (agrícola), 3.0 (industrial) y 4.0 (informática). Según lo describe el especialista Andrés Ortega, del Real Instituto Elcano, se trata de un propósito ideal hacia el que debe moverse el país asiático para aprovechar íntegramente la tecnología. Una "sociedad 5.0" está
centrada en colocar a la persona en el centro de las grandes
transformaciones tecnológicas, con el fin de que todas sus necesidades sean plenamente satisfechas.
Pero, más allá de “equilibrar el avance económico con la resolución de problemas sociales mediante un sistema que integra espacio digital con espacio físico”, una “sociedad 5.0” implicará una nueva forma de pensamiento que integrará (fundamentalmente) economía y medio ambiente
con el fin de alcanzar un bienestar general, sano e integral; es decir, una sociedad que llevaría el “contrato social” más allá de la tradicional transacción basada en proporcionar desde el poder bienes (mayormente) económicos a la sociedad.
En Alemania existe algo parecido desde 2013 que lleva por nombre “cuarta revolución industrial” (4R), pero en Japón la prueba, concentrada en algunas pocas ciudades, estaría un poco más avanzada y las expectativas son bastante favorables.
Ahora bien, más allá de los resultados nacionales, ¿es posible que algo similar pueda suceder en las relaciones entre los Estados? Es decir, ¿podría ocurrir que los adelantos tecnológicos aplicados a dichas relaciones acabe “licuando” la competencia en profusas, complejas y extendidas redes multidimensionales? Planteado de otro
modo: ¿se podría desde un segmento de inteligencia mayor alcanzar un orden mundial con base en decisiones de precisión sin precedentes, al punto incluso de llegar a crear un grado de conciencia global colectiva (CGC) prácticamente desligada de patrones estato-céntricos?
En el mundo de hoy se trata de preguntas casi de ficción. Pero tal vez sea pertinente hacerlas (e intentar responderlas) porque posiblemente las expectativas en relación con el advenimiento de una nueva era para
la humanidad están creciendo más allá de lo congruente, dando incluso por hecho que el mundo que hemos conocido quedará para siempre atrás (para algunos, que consideran perimido el mismo concepto de anarquía
internacional, ya está quedando en el pasado).
Lo primero que deberíamos decir es que una cosa son las unidades políticas hacia dentro y otra cosa son las relaciones entre ellas.
Recordando las clásicas premisas de las relaciones internacionales: mientras hacia dentro de los Estados las leyes y las instituciones restringen el poder, hacia afuera es el poder el que restringe las leyes e instituciones. Y ello difícilmente vaya a sufrir un cambio de
escala, al menos hasta bastante entrado el siglo XXI.
Cabe agregar que los análisis prospectivos realizados recientemente son más que inquietantes en relación con deterioros en prácticamente
todos los segmentos de la política internacional (ver, por caso, el informe del Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos: “Tendencias globales 2040: un mundo más disputado”, abril de 2021,
https://www.worldpoliticsrevie
Por otra parte, suponiendo que se logren avances en relación con los modelos internos, ello no implica que dichos avances vayan en el mismo sentido para todos: posiblemente, las democracias afirmadas logren un
nivel de descentralización política. Pero es muy difícil considerar que las autocracias desplieguen tecnologías que debiliten el centro; por el contrario, lo más probable es que asistamos a una división más granítica entre democracias inteligentes en relación con proporcionar
bienes sociales, y autocracias inteligentes en relación con el control social.
Esta última situación también nos permite advertir que las
investigaciones en materia de IA son de carácter selectivo: hoy los dos principales actores que realizan investigaciones son Estados Unidos y China, hecho que, aparte de afirmar usos diferentes en uno y en otro, tiende a respaldar la nueva configuración internacional bipolar o nueva rivalidad (no nueva guerra fría) en el mundo actual y próximo.
En el mejor de los casos, el escenario que se plantea para dicha configuración nos dice que no habrá mejoras en la relación entre ambos poderes; que, a lo más, se podría mantener en el nivel actual de rivalidad por los próximos diez años, mientras ambos, particularmente
China, aumentarán y perfeccionarán sus capacidades.
En el peor de los casos, seguro Estados Unidos de su primacía estratégica-militar sobre su rival, podría intentar llevar a una China cada vez más arrebatada por la contención y vigilancia occidental a una querella o prueba de fuerza en su zona de extensión patriótica, el Mar de la China, logrando Estados Unidos, a pesar del seísmo global
que un choque entre ambos provocaría, ganancias de poder y prestigio, y demostrando que el ascenso chino estaba apoyado en una estrategia consistente en mostrarse fuerte y hasta decidido a afrontar nuevos desafíos militares (algo parecido, salvando diferencias, hizo la URSS
de Stalin entre 1945 y 1949 cuando el país se encontraba extenuado tras la victoria frente a Alemania y Estados Unidos ejercía la supremacía nuclear absoluta).
Lo anterior nos permite también advertir que los ensayos domésticos relativos con avanzar hacia sociedades cada vez inteligentes no han modificado, prácticamente en nada, su enfoque relativo con las relaciones entre Estados como relaciones de poder antes que relaciones de confianza.
En el propio Japón, el propósito del gobierno es elevar sensiblemente el gasto militar a 100.000 millones de dólares (pasar del 1 al 2 por ciento del PBI). Cada vez más inquieto ante la acumulación militar regional, los movimientos de China y el poder atómico de Corea del Norte, el país asiático que ha intentado crear una cultura social de
pacifismo y convivencia internacional vuelve a pensar el mundo “como de costumbre”, al tiempo que “reflota” su cultura estratégica naval.
Asimismo, en el otro país que aspira a lograr una sociedad avanzada, Alemania, los acontecimientos mundiales, regionales e incluso intra-europeos han recentrado cada vez más la geopolítica, un término repudiado e incluso hoy olvidado en Europa. El dato no deja de ser
relevante, pues Alemania no solo considera la construcción de una “nueva sociedad” nacional, sino también una “nuevo orden internacional” con base en el modelo jurídico-institucional de la Unión Europea; es decir, extender al resto del mundo su modelo de “potencia civil”, una categoría por cierto desconocida en la historia.
Por otro lado, considerar un mundo desde perspectivas que licúan patrones tradicionales implicaría considerar que la guerra, por tomar una de las principales regularidades en las relaciones entre Estados, se volverá un hecho obsoleto, incompatible con los “nuevos valores” a los que nos conducirá la tecnología y la IA.
Tal consideración se ve favorecida por un enfoque que ha ido ganando lugar durante las últimas décadas: la imposibilidad de guerras interestatales mayores; lo cual es verdad, pero no por razones relativas con la disminución de la violencia y el ascenso de cuestiones que exigen nuevos valores. Si no han ocurrido guerras mayores (algo que no es cierto porque han tenido lugar, por ejemplo, entre China e India, URSS y China, India y Pakistán) ello no se debió a que han ocurrido cambios en la naturaleza humana, sino debido a las armas atómicas, a la existencia de un régimen internacional y al sistema multilateral de la ONU.
Para hacerse realidad, aquel enfoque requeriría un cambio radical en la naturaleza humana, es decir, situarnos una vez más en el territorio de las aspiraciones; porque, de lo contrario, se trataría de un voluntarismo asistido por técnicas nuevas, algo que ya sucedió en el pasado cuando se decidió “renunciar a la guerra como medio para solucionar conflictos”, una ingenuidad que pronto se deshizo frente a la realidad.
Por otro lado, la "pluralización" de la geopolítica no redujo
precisamente el conflicto entre poderes sino que amplifica el arco del mismo, pues a los tradicionales territorios de la disciplina se ha sumado el inconmensurable territorio digital que, a su vez, diversifica la modalidad de la guerra.
Por último, los ensayos que apuntan a conseguir sociedades
ultra-avanzadas que desplazarán todo sentido individual e instaurarán una cultura colaborativa, tal vez lo están haciendo desde una concepción excesivamente optimista, es decir, segura y benéfica en relación con las nuevas tecnologías, la robótica y la IA en sus diferentes alcances inteligentes. Más allá de la confianza en la ciencia, es necesario considerar hipótesis inciertas y “de fracaso”.
En paralelo con la existencia de hipótesis muy tecnoescépticas en relación con alcanzar niveles de inteligencia mayor, hay que decir que
no existe un horizonte definido sobre cuándo la ciencia logrará propósitos de escala, particularmente en el segmento más osado, esto es, un sistema inteligente dueño de su propio destino, una “vida 3.0” en los términos del profesor sueco Max Tegmark.
En otros términos, nos hallamos en un territorio de conjeturas y aspiraciones en el que prácticamente se desdeña la experiencia. Pero también hay otra cuestión a la que tal vez debemos prestar una mayor atención: las señales de alerta en materia de las nuevas tecnologías, particularmente en el terreno de la IA.
En su muy recomendable libro “Nueve gigantes. Las máquinas inteligentes y su impacto en el rumbo de la humanidad”, el futurista estadounidense Amy Webb advierte que la IA es excluyente, es decir, no se la trata como un bien público. Es un bien que está concentrando el
poder en manos de pocos. Por ello, “el futuro de la IA es una
herramienta de poder explícito y de poder blando y, a instancias de las tribus de IA, es objeto de manipulación con miras a obtener ganancias económicas y apalancamiento estratégico. Los marcos gubernamentales de nuestros países –al menos en el papel- pueden parecer correctos en un comienzo para el futuro de las máquinas
pensantes. En el mundo real, sin embargo, lo que están haciendo es crear un riesgo”.
Pero Webb, “viajando al futuro” (2040-2060, aproximadamente), advierte algo más inquietante: la inteligencia artificial general (IAG) y la
super-inteligencia artificial (SIA) podrían tener consecuencias sobre nuestra misma civilización si se produjera una “explosión de inteligencia”, esto es, que máquinas ultrainteligentes diseñen máquinas mejores, una situación en la que la inteligencia humana quedaría totalmente rezagada.
En breve, es posible que algunos países alcancen por medio de las nuevas tecnologías mejorar significativamente el orden y la optimización social-económico. Pero de allí a considerar saltos en relación a modificaciones de escala en la naturaleza humana es algo que forma parte más de los deseos y las aspiraciones, una situación algo similar a la que se dio entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando se vislumbró que los avances tecnológicos
superarían casi todos los “vicios” de la humanidad.
Considerar que posibles logros en el nivel doméstico pueden suceder en el nivel de las relaciones interestatales no solo es algo más complejo porque aquí ningún Estado reconoce otra autoridad o soberanía sobre el suyo, sino que, aun considerando que las tecnologías podrían
proporcionar decisiones más inteligentes en relación con diferentes cuestiones, para ello se necesitaría, como mínimo, una disposición u orden internacional, algo que no solamente no es posible por ahora, sino que aquellos que deberían configurarlo, los actores preeminentes,
se encuentran entre sí en estado de discordia variable o de “no guerra”, que es una situación o diagonal entre lo que no es ni guerra ni paz.
Además, si en algún momento se consideró que la pandemia fungiría como un impacto de escala que impulsaría por sobre las desconfianzas y rivalidades un nuevo sistema de valores colectivos, sabemos que ello no solo no ha ocurrido, sino que el mundo continúo con la pulsión
geopolítica que se reactivó y extendió desde bastante antes de la pandemia.
Es posible, en el mejor de los casos, que la conectividad, la IA, etc., afirmen lo que hace décadas el británico Hedley Bull denominó “sociedad internacional”, es decir, un mundo de Estados con los “códigos hobbesianos”, pero que ha restringido los conflictos por medio de normas e instituciones comunes. Los adelantos tal vez podrán
perfeccionar la diplomacia, las normas e instituciones, pero de allí a pensar (como lo hacen nuevos enfoques) que el mundo está dejando atrás la anarquía clásica para ir hacia una “anarquía cooperativa” o hacia “anarquías operativas” no solo es un error, sino un exceso que podría resultar frustrante y riesgoso.
Etiquetas: geopolìtica
domingo, octubre 17, 2021
Una preocupante defensa K de la delincuencia violenta
Por JUAN PABLO LOHLE
Llega un punto en que uno se pregunta a dónde van los K con estas actitudes de aval a la violencia de estos grupos.
Y llega un punto en que los interrogantes se suceden unos a otros.
¿Por qué Bielsa, nuestro embajador en Chile, defiende a estos delincuentes?
¿Por qué nuestro país no reprime ni condena esta violencia en las tomas por parte de estos sectores mapuches?
Es triste concluir que mientras en Chile ponen presos a estos delincuentes, en Argentina el kirchnerismo los protege.
Etiquetas: política
viernes, octubre 08, 2021
El regreso de la marea geopolítica a Latinoamérica
Por Alberto Hutschenreuter
En el balance de la relación entre América Latina y la geopolítica, los intereses, la suspicacia y el soberanismo han predominado sobre la afirmación de un patrón de complementación o de pro-fusión regional.
Aunque la geopolítica no era una concepción y práctica latinoamericana, los países (no todos) "importaron" y abrazaron enfoques surgidos en la Europa del centro hace más de un siglo con tanto vigor que sus principales "anclajes" o "fundamentals" se mantuvieron latentes, aun cuando los regímenes autoritarios se retiraron dando lugar a regímenes dispuestos a desterrar el patrón político-territorial que no sólo mantuvo separados a los países de la región por décadas, sino que en algunos casos en una delicada situación de "no guerra", por ejemplo, entre Chile y Argentina a fines de los años setenta.
Dicho estado de latencia de la geopolítica se puede corroborar en los últimos lustros, cuando esa triste animosidad inter-vecinal ha vuelto a reaparecer en diferentes sitios de la región.
Por tanto. Una conclusión adelantada que podemos manifestar es que los emprendimientos geoeconómicos zonales o subregionales como el Mercosur, Pacto Andino, etc., y las entidades mayores como UNASUR, no sólo fracasaron y en algunos casos desaparecieron, sino que las percepciones y suspicacias geopolíticas no parecían finalmente ser una cuestión únicamente de gobiernos militares y de sus "capillas" de "pensadores de territorios" en firme clave nacional.
En otros términos, si antes predominó un patrón geopolítico de fisión interestatal en la región basado en concepciones ajenas de poder, la adopción de un patrón de fusión no terminó llevando a la región a otra realidad o anclaje político-territorial demasiado diferente.
Es verdad que no se ha retomado el mismo camino de disrupción y rivalidad del pasado, pues hoy no predominan pensadores (o al menos pensadores-ejecutivos, es decir, de aquellos que convertían en acción la concepción) como Everardo Beckheuser, por citar uno de los geopolíticos más ofensivos que hubo y que padeció la región como consecuencia de ideas (y prácticas) como lo fueron las "fronteras vivas" en Brasil, y sí hubo y hay muchos geopolíticos menos radicales y más integracionistas hacia dentro y hacia fuera, es decir, de la nación y de la región, por citar algunos, Nicolás Boscovich y Alberto Methol Ferré (el primero un notable propulsor de ideas para el desarrollo del sector norte y noreste argentino, el segundo un propulsor del "continentalismo").
Si bien es cierto que bastante antes de la pandemia la complementación (término preferente al de integración) regional había perdido fuerza, la COVID-19 sumió a la región en un estado de precariedad socio-económica sin precedente, hecho que, más allá del voluntarismo y la fuerte retórica de la que siempre seremos testigos, postergará por mucho tiempo el empuje de lógicas colectivas regionales.
Pero este tiempo introspectivo de los países latinoamericanos podría ir acompañado de una renovada afirmación nacional-soberanista no basada solamente en cuestiones relativas con "primero lo propio", sino en algo muy peligroso que es la deriva o "passing" de problemas internos hacia el exterior cercano como causa de ellos; una estrategia relativamente habitual por parte de regímenes agobiados por dificultades; esto es, colocar en otros la causa de dificultades propias, fomentando así el nacionalismo. Algo de ello se puede constatar en la región siguiendo situaciones en las zonas fronterizas de Colombia y Venezuela, Chile y Perú, Venezuela y Guyana, etc.
Por otra parte, el clivaje ideológico que existe en la región no solo aleja a los países del diseño de políticas interestatales relativas con la construcción de "órdenes territoriales" sustentados en percepciones diferentes, en todo caso, pero no antagónicas-competitivas. La reciente reunión de la CELAC en México ha sido una exhibición categórica de ello. Allí quedó claro lo inconducente que resulta desplegar agendas nacional-ideológicas. Como bien ha dicho Carlos Malamud: "Oyendo las diversas interpretaciones presidenciales y leyendo la Declaración Final, la sensación recurrente es la de un melancólico déjà vu, donde reaparecen conceptos reiterados como soberanía, injerencia y autodeterminación".
Otra realidad que obra en clave disruptiva interestatal es la crisis socioeconómica, pues hay países cuya situación es tan crítica que se producen los descontrolados movimientos humanos en derredor, fenómeno que lleva a los Estados afectados a robustecer el control en sus fronteras, e incluso a deteriorarse y tensionarse las relaciones con el actor cuasi colapsado. Esta situación se ha vuelto habitual entre Colombia y Venezuela o entre este último y Brasil.
Asimismo, la crisis funge como oportunidad para el crimen organizado, que logra "ganancias de poder" a partir de mayores ingresos, incrementando asimismo capacidades para debilitar al Estado. Pero la actividad ampliada de los poderes fácticos termina también por endurecer las fronteras, e incluso puede precipitar serias crisis interestatales, por ejemplo, recordemos la que tuvo lugar en su momento entre Colombia, Ecuador y Venezuela por el accionar intra-fronterizo de la insurgencia.
Por otro lado, la "fragilidad" institucional en varios países de la región puede deteriorar más rápido y fácilmente relaciones (hecho que desfavorece la confianza), que cuando las instituciones son sólidas, pues aumentan las posibilidades de diálogos más sostenibles y conductas menos imprevisibles entre partes en conflicto.
Asimismo, la "fragilidad" geoeconómica en la región es otra realidad que nunca afirma un patrón que debilite las actitudes soberanistas y las posibles fugas hacia delante ante situaciones de crisis interestatales. En otros términos, el intercambio comercial intra-regional es insuficiente como para alejar eventuales disrupciones considerando los costos que ello supondría. El grueso del comercio internacional de los países latinoamericanos es hacia fuera, no hacia dentro. El dato es importante, porque el comercio profuso regional tiende a inhibir (aunque no eliminar) conflictos entre los socios.
El hecho que cada país mantenga preferencias en su política exterior con poderes preeminentes no siempre implica problemas, sobre todo si existe entre dichos poderes un acuerdo o régimen que "rebaje" la competencia entre los mismos,. Pero no es lo que sucede hoy. Estados Unidos, Rusia y China mantienen una rivalidad en ascenso, y ello puede tener consecuencias en las relaciones regionales, más todavía cuando hay actores de la región que son parte asociada de alianzas político militares no regionales, como es el caso de Colombia. La puja entre los poderes mayores podría determinar "alineamientos" en la región y, por tanto, fracturas de nuevo cuño.
La vigencia en algunos países de "reflejos" y "recuerdos geopolíticos duros" nos dice que la geopolítica en su versión más deletérea, es decir, la de capturar territorios ajenos, podría estar más cerca de lo que imaginamos. Recientemente, un decreto del presidente de Chile extendió sensiblemente la plataforma continental marítima de ese país al sur del Mar de Drake y el Cabo de Hornos, pero una parte de esa extensión avanzó sobre la plataforma argentina, hecho que provocó una nueva situación de conflicto entre países que en 1984 han firmado un tratado que determinó una solución definitiva de límites en la zona en cuestión.
Más allá de la justificación chilena y de los documentos que avalan categóricamente a la Argentina, el hecho más bien respondería a los "códigos geopolíticos" de un país cuyo sentido de proyección territorial trasciende regímenes políticos. No es una casualidad que tal decisión por parte de Chile implica un empuje activo en una de las dos áreas estratégicas del territorio chileno (la del norte y la del sur) en las que continúan existiendo (de manera abierta o larvada) hipótesis de conflicto.
En suma, el ciclo de la complementación geo-comercial (y en algunos casos de "geo-business") regional se encuentra en crisis. La pandemia apresuró la misma dejando a la mayoría de los países en un estado socioeconómico sin precedentes, y prácticamente desacoplando a Latinoamérica de otras geografías del mundo en materia de nuevas tecnologías (según autorizadas fuentes, más del 90 por ciento de la producción intensiva en tecnología ha sufrido un impacto de escala por la crisis).
En gran medida, ello explica la causa por la que Latinoamérica es la región que perdió relevancia estratégica en el mundo, no en un sentido de recursos sino en relación con la posibilidad de construir "masa crítica" interestatal para afrontar retos actuales y por venir, por ejemplo, una posible nueva era de "imperialismo por suministros".
En buena medida, la complementación regional en clave predominantemente comercial acaso sea la razón al momento de intentar comprender la falta de una vacuna propia o regional que evitara que cada país, "a su modo", adquiriera de terceros ese bien sanitario tan necesario.
Lo preocupante, también, es que el vuelco introspectivo no termine por reafirmar una nueva lógica de competencias y desconfianzas de orden político-territorial en la región, que no sólo implicará otra década perdida, sino posibles ganancias de poder para de terceros poderosos y codiciosos.
martes, octubre 05, 2021
As the time goes by…
Por Gustavo Ferrari Wolfenson
Fellow del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Harvard
Consultor internacional en temas de fortalecimiento de gobiernos
guión definitivo, casi todos los problemas de la trama fueron
resolviéndose sobre la marcha, pero faltaba el desenlace. Por un lado, nadie estaba contento con la
manera en que Rick (Bogart) enviaba a Elsa (Bergman) con Víctor (su marido).
Por más vueltas que se le daba, el final parecía forzado e
inconsistente. Elsa no podía irse sin poner objeciones y Rick tampoco podía forzarla u obligarla de algún
modo.
Por otra parte todos se preguntaban si el público aceptaría ese final: si querrían ver al protagonista perdiendo al gran amor de su vida. Se prepararon tres finales
1) Rick moría en el aeropuerto ayudando a escapar al marido de ella; pero resultaba demasiado triste para la audiencia.
dama, después de su fidelidad a Víctor.
patriótica, sino que echaba por los suelos el mensaje esperanzador del filme en plena Guerra mundial.
Finalmente el final quedó así: Rick enviaba a Elsa con Víctor no por debilidad o despecho, sino porque entendía que su vida le pertenecía; que él la necesitaba
en su vida y también en su ideal patriótico, por eso le dice a ella poco antes del final: “Comprende que los problemas de tres personas no importan cuando el
mundo entero está en juego... A nosotros, siempre nos quedará París”. Esta era, sin duda, la única razón que ella no podía discutir: la idea mágica del desprendimiento y de la fidelidad.
Me quedo con estas palabras, el desprendimiento y la fidelidad y mientras me seco la ultima lágrima de la escena donde Bogart se va caminando con el jefe de
policía y este le dice: “Creo que esto puede ser el principio de una gran amistad”, me concentro en las últimas semanas que nos esperan antes de conocer la decisión final electoral.
que apuestan a confirmar el resultado de las pasadas PASO siguen puntualmente sus análisis confiando en que la decisión del pueblo ya está dada y que sólo falta
darle legalidad, a través del voto, para que todos se queden contentos con la unción elegida. Ellos mismos están pendientes que las últimas semanas floten en
aguas tranquilas, sin mayores exposiciones y menos declaraciones que pudiesen ser consideradas como comprometedoras. Han alimentado sobre la figura de la
derrota que viene el tiempo del cambio con rumbo, cuando en sus entrañas pareciera enraizarse que el triunfo significaría buscar el mejor lugar llegar al 2023 con un escenario más que favorable. Si prebenda intentó cambiar voluntades, la
voluntad mata resentimiento.
Millei, junto con el despertar juvenil, le ha puesto color a la
contienda en estas últimas semanas. El tren del aburrimiento y chatura de las campañas encontraron,
repentinamente y quizá sin quererlo, el eco de un sector de la población urbana que despertó de su letargo y levantando las banderas por un lugar en la sociedad,
se han hecho presente reclamando ser oídos, escuchados y participes de los tiempos que vienen.
No sólo se sienten indignados, olvidados, relegados y desplazados sino que tienen
en común un hartazgo hacia una clase política a la que sienten alejada de los problemas cotidianos. Hoy a través de los nuevos mecanismos de las redes de
comunicación, se han convertido en un grupo diverso ambiguo y heterogéneo que ha marcado un punto de partida en el proceso electoral.
¿Qué le pasó a Cristina, Maxi y el vamos por todos? es la pregunta que se escucha en muchos pasillos oficialistas y la respuesta está a la vista. Pareciera
que aun tratan de hacer campaña interna dentro de su propio partido para convencer a los propios. Ni siquiera han jugado con el sentimiento de ser los garantes de las causas justas e imponer el hegemonismo partidario más longevo
de la historia de la humanidad. Pareciera que el “ojalá Dios nos ayude” expresado por el nuevo Jefe de Gabinete es una súplica más que una prédica.
Finalmente, el síndrome de las encuestas se ha posesionado de tal forma que ya nadie sabe si lo que se dice es verdad o mentira, pero por lo menos en buena
parte de este termómetro político existe la convicción que el
resultado difícilmente se revertirá y el gobierno debe pensar que hará o que rumbo tendrá en los próximos dos años.
El escenario público de las próximas semanas estará lleno de expectativas miradas, señales, curiosidades, fintas. Será prácticamente la fiesta de despedida
de este tiempo electoral de culto a la quizá desintegración del culto a la figura humana de EL y ELLA. Espero que comprendan, como Rick (Bogart,) “que los
problemas de tres personas no importan cuando el mundo entero (Argentina) está en juego...” y que por ahí puedan decirse, por el bien del país, “Creo que esto
puede ser el principio de una gran amistad”.
A partir de entonces, empezará otra leyenda. Pero eso será otra historia, que merece ser contada en otra ocasión. A nosotros... siempre nos quedará el recuerdo de los más de 115 mil muertos, 18 meses encerrados y conservar en la memoria las palabras de Alberto ...