El sábado 7 de octubre, el movimiento islamista Hamas y su brazo armado, las Brigadas Al Qasam, lanzaron un ataque coordinado y letal sobre el territorio de Israel, uno de los más protegidos del mundo.
¿Fue una sorpresa para Israel? En buena medida lo fue, pues si bien los enfrentamientos entre las partes son cotidianos, las autoridades israelíes posiblemente confiaban en que su contundente capacidad de respuesta a los ataques aéreos provenientes de Gaza restringiría acciones más desafiantes por parte de las milicias. Además, las terribles condiciones socioeconómicas de los cientos de miles de palestinos dentro de ese gueto que es la franja de Gaza frenarían, consideraba Israel, los impulsos de los extremistas.
Esta situación, más evidentes faltas de la inteligencia israelí, proporcionó al movimiento Hamas un grado de sorpresa que aumentó la letalidad de sus acciones sobre más de veinte ciudades del sur de Israel, asolando, asesinando y secuestrando a la población.
Dos días después del ataque y de la respuesta, el número de muertos sobrepasa los 2000, y la guerra podría extenderse si en el norte de Israel las poderosas milicias de Hezbollah, el apéndice militar y confesional de Irán en el Líbano, decide escalar los ataques a Israel.
El rápido ascenso de la violencia es una de las características de una placa geopolítica selectiva. En el mundo hay tres (Europa del este desde el Báltico hasta el Cáucaso; Medio Oriente/Golfo Pérsico y la zona del Indo-Pacífico), en dos de ellas hay guerra, tensión y enorme acumulación militar, y hay actores con armas nucleares. Pero el común denominador de las mismas es que en esas zonas o franjas de fractura una crisis local-regional puede convertirse en continental y mundial.
Es cierto que la placa de Oriente Medio presenta algunos rasgos muy propios, por caso, el carácter irreductible de algunas de las rivalidades, particularmente en torno a Irán e Israel: ¿cómo imaginar una negociación cuando el primero no sólo no reconoce al segundo, sino que plantea su misma desaparición? Por otra parte, si Israel mantiene un enfoque geopolítico sagrado sobre determinadas tierras, Cisjordania concretamente, resulta imposible considerar escenarios de superación de la violencia, pues jamás los palestinos alcanzarán un Estado independiente y soberano. Por ello, los Acuerdos de Abraham, de septiembre de 2020, sin duda suponen un nuevo orden regional, pero difícilmente será un orden con paz, y los hechos sangrientos de estos días lo evidencian.
Porque tales acuerdos implican algo así como un pacto que asegura un equilibrio desequilibrante en la región, pues se trata de un pacto que fortalece a actores que construyeron poder, como Arabia Saudita, Turquía, Qatar, pero aísla a otro que también construyó poder, Irán.
Por ello, como bien sostiene el experto Marcelo Cantelmi, hay un dato clave para comprender el ataque de Hamas, y es que el mismo tendría como propósito sabotear el avance diplomático de Israel con los países árabes.
En esta línea, George Friedman, director de "Geopolitical Futures", considera que el objetivo de Irán, el actor que respalda y financia a Hamas y Hezbollah, reside en que la reacción militar de Israel a los ataques de Hamas terminará por dejar en una situación incómoda y vergonzante a los árabes, es decir, los obligaría a replantear un eventual acuerdo con Tel Aviv, pues para Teherán (y no pocos sectores del mundo árabe) resultaría casi imposible un acuerdo entre árabes e israelíes que "descarte" la cuestión palestina.
No ha sido una casualidad que el ataque de Hamas se produjera dos semanas después de las negociaciones entre saudíes e israelíes para alcanzar un acuerdo, las que llevaron a que Mohammed bin Salman, "MbS", príncipe heredero y primer ministro del reino, sostuviera que ambos países estaban cerca del "mayor acuerdo histórico desde la Guerra Fría".
Hay que recordar que Israel ha normalizado relaciones con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos, de modo que un acuerdo con Arabia Saudita cerraría una estrategia que aislaría a un ya presionado Irán (que, sin embargo, ha enriquecido uranio mucho más allá del nivel permitido por las autoridades internacionales, como lo advirtió hace poco el analista Julian Schvindlerman).
En este cuadro, Estados Unidos, un actor mayor que tras el 11-S se ha ido retirando de la región, sobre todo desde que se convirtió en un gran productor de petróleo y gas de esquisto, es uno de los principales impulsores de un acuerdo saudita-israelí, situación que funge favorable para Riad que aspira a contar con un apoyo mayor de defensa estadounidense, al punto de convertirse Arabia Saudita, si hay acuerdo, en uno de los principales aliados de Estados Unidos.
El ataque de Hamas también hay que relacionarlo con la pérdida de centralidad que tenía la cuestión israelo-palestina. Durante los últimos quince años han ocurrido nuevas situaciones en la región, desde la guerra en Siria hasta el surgimiento del ISIS, pasando por la ruptura Hamas-Fatah, el retiro de Estados Unidos, el aumento de la presencia diplomática y geoeconómica de China, los acuerdos entre petromonarquías e Israel, etc., hechos que impactaron en el nivel de visibilidad internacional de dicha cuestión.
Esa pérdida de centralidad se constata en el hecho relativo con que hace medio siglo eran los países árabes (Egipto, Siria) los que atacaban sorpresivamente a Israel. Hoy el ataque lo realiza un movimiento islamista. En cuanto a aquellos Estados, críticos en el Oriente Medio del pasado, uno firmó la paz con Israel mientras que el otro hace más de una década se encuentra en una guerra interna en la que participan múltiples actores.
Por tanto, si los cambios y la diplomacia redujeron o lateralizaron el reclamo o causa de los palestinos, hay que volver a colocarlo en el centro. ¿Cómo? A través de la violencia extrema. Pero ello, paradójicamente, termina fungiendo “favorable” para Israel, pues así jamás se podrán hacer concesiones territoriales. En otros términos, no se puede ni se debe cumplir con la Resolución 242 del Consejo de Seguridad, que prevé, precisamente, un intercambio de territorios por paz.
En este contexto, es difícil trazar perspectivas. De lo que sí podemos estar seguros es que el ataque de Hamas significó un antes y un después en la convulsa placa geopolítica de Oriente Medio.