Transcurrían los primeros
años de la década del setenta. La denominada “Revolución
Argentina” se
agrietaba inexorablemente; Lanusse -tal vez el más lúcido de los militares
antiperonistas- ocupaba la presidencia del país. Ante las repetidas puebladas
y el clima de saturación con el gobierno de facto, sus objetivos eran: convocar a elecciones,
garantizar que las fuerzas armadas dejaran el poder usurpado de la manera más
“honorable” posible, aquietar la
movilización social, y sobre todo neutralizar el accionar de las guerrillas
urbanas en constante expansión.
Para logro de estas
metas, el
gobierno militar y su entorno civil toleraba un armisticio con Perón
a condición
de
escamotearle la posibilidad de acceder
a la presidencia de la
República.
Para
ese ajedrez político, el General designó a Héctor José Cámpora como su Delegado
Personal. Este odontólogo, oriundo de San Andrés de Giles, había tenido una
actuación conocida durante el primer ciclo
peronista, y
se le reconocía una “lealtad” (primera virtud
del decálogo
peronista)
inquebrantable hacia el Líder.
Lanusse obtuvo un triunfo
parcial al bloquear la candidatura de Perón; como réplica, Cámpora fue ungido
candidato en medio de una campaña sustentada en
las consignas
combativas impulsadas por la Juventud Peronista.
Los
jóvenes justicialistas le adosaron a Cámpora un sobrenombre que cobró
vertiginosa difusión: “EL
TIO”.
Sin
ánimo de lecturas freudianas, podría pensarse que el dentista había
adquirido
para los muchachos de la jotape, el simbolismo de ese
tío compinche y calavera que
nos apaña en la adolescencia para balancear
un padre severo a la hora de poner
límites.
Valga
esta introducción para adentrarnos en el análisis del libro: “LA
CAMPORA-Historia
Secreta
de los herederos de Néstor y Cristina”, publicado por Editorial
Sudamericana, y escrito por la periodista
LAURA
DI MARCO
(redactora del suplemento dominical “Enfoques” de La Nación).
La
obra describe a la organización juvenil kirchnerista bautizada con el apellido
del personaje evocado en la introducción. La Cámpora adquirió notoriedad ya en
las postrimerías del primer período de Cristina, momento a partir del cual viene
registrando
una penetración e influencia crecientes en las esferas del
poder.
El grupo rechazó de plano el libro que pretende
radiografiarlos. Ello, pese a que la propia autora proclama la ecuanimidad de su
trabajo.
Así,
en el posfacio del libro expresa: “En
esa demonización de La
Campora
que ronda en muchos sectores de la sociedad se huele ese gorilismo o, si se
quiere, ese extremo distorsionado por el odio. En su idealización ciega, en
cambio, se deja ver la propaganda”.
Ahora
bien, aún si por vía de hipótesis
aceptáramos la vocación de equilibrio que
declama la
autora, los “sobrinos
nietos” salen
objetivamente desfavorecidos en la foto.
Una
aclaración casi obvia. El título de este comentario es una metáfora afable sobre
la filiación política respecto de aquella jotape, la cual reivindican para sí
los militantes de La Campora; en efecto, si los pibes
de los setenta eran los “sobrinos” de Héctor Cámpora, sus
“crías” de 2012 son sus
“sobrinos
nietos”.
Asumiendo las involuntarias
distorsiones que conlleva toda síntesis, el libro
formula estos conceptos.
1.-
Los miembros
de La
Cámpora
vienen de tres vertientes:
(i)
Hijos de
desaparecidos. Son los casos de “Wado” De Pedro y Juan
Cabandié. Esta condición, para la autora, implica un aura especial, una marca
de fábrica que facilita el ascenso en la
organización
de los que fueron víctimas de la tragedia.
(ii)
Ex dirigentes
universitarios surgidos de agrupaciones alternativas. Narra Di Marco que,
a fines de
los noventa, surgió en la UBA una militancia
contracultural, no ligada a los partidos políticos. Pone como ejemplos estos grupos: “Necesidades
Basicas Insatisfechas”-NBI (ámbito de actuación
de Mariano Recalde y el nombrado De Pedro en la Facultad de Derecho); “Tontos
pero no Tanto”-TNT (en Ciencias
Económicas,
donde actuaron Kicillof y el malogrado Ivan
Hein).
(iii)
Ex militantes
de partidos políticos o movimientos sociales. De esta cantera provienen:
el
“Cuervo”
Larroque
(Movimiento Juventud Presente), y José Ottavis (como ex activista del
duhaldismo se esfuerza por borrar ese pecado
original).
2.-
Hoy no existen persecuciones políticas a nivel individual y/o partidario como
tampoco restricciones directas a la libertad de expresión. A pesar de este
amplio margen de libertad para la construcción política, La Cámpora se despliega bajo un
formato tipo celular, compartimentado, al estilo de las sectas
esotéricas.
También cultivan el secretismo con el propósito de evitar que se filtre
información que -conceptúan- “sensible”; rara vez conceden
entrevistas periodisticas.
Para
la autora,
este diseño organizacional, es un total despropósito
a la luz de las actuales condiciones en el país.
3.-
Reconocen un Jefe “simbólico”
: Máximo
Kirchner. Más allá de la iniciativa del hijo de Néstor a la hora de fundar la
agrupación, la autora percibe un condimento dinástico en este liderazgo. Ello
por cuanto Máximo reside en Río Gallegos,
buena parte de su tiempo lo dedica a administrar el patrimonio familiar,
y presenta una bajísimo perfil al punto que muchos, aún, no
conocen su
voz.
Luego
de esta cabeza “sui
generis”,
aparece una Mesa de Conducción Nacional de seis miembros (Larroque, Ottavis,
Recalde, De Pedro, Cabandié y, quizás en homenaje al cupo femenino, Mayra
Mendoza).
Rodeando este comité
selecto, existe un amplio anillo de “cuadros” técnicos, políticos, y
sociales, algunos ejerciendo encumbrados puestos de gobierno o diputaciones
nacionales y provinciales.
La base está constituída por una extendida masa de militantes y
simpatizantes, cuyo número es imposible precisar.
4.-
El libro
adjudica a La
Cámpora un
discurso dogmático, próximo al sectarismo
e imbuído de
la lógica “amigo/enemigo”.
Cita
expresiones públicas de sus referentes. Por ejemplo, pone en boca de Larroque
-que, dicho sea de paso, ostenta el cargo de Secretario General- esta
afirmación: “…el
jefe político es el gobierno. El gobierno es el Estado. Y que el Estado es
la
Nación;
por lo tanto, todos los demás, los que están afuera de eso, son los cipayos, los
gorilas, la oligarquía, los que no quieren la felicidad del
pueblo”.
5.- La
obra es pródiga en referencias a la evolución patrimonial favorable de los
líderes de La
Cámpora en un
lapso sumamente breve. Carece de sentido extendernos en este
tópico.
6.- La
periodista Di Marco sostiene que La Cámpora pretende ubicar a su
militancia en organismos donde fluya dinero en abundancia, los controles sean
lábiles, y estén ligados a la comunicación social (casos de Aerolíneas
Argentinas, FONCAP, CANAL 7, TELAM, etc).
Reitero que estos seis puntos son de cosecha de
Laura Di Marco, y no necesariamente compartidos por este
comentarista.
La
autora afirma que se nutrió de una gran cantidad de fuentes; pero aclara que la
mayoría de
las mismas,
dado que están militando en la organización, exigieron anonimato. Hay otras fuentes
identificadas
como
políticos, periodistas, gremialistas, intelectuales,
etc.
El
objetivo de esta nota es informar sobre una obra que, mal o bien, se ocupa de un
tema de moda. Este cronista se abstiene, por el momento, de exponer su
punto de
vista sobre el particular. Ello en virtud del breve lapso de actuación del
grupo, y por conceptuar que su auténtico “protagonismo” está
sobredimensionado.
Sin mengüa de esta provisoria reticencia, me
permito dos consideraciones.
I.-
La
autora, en varios tramos de su obra, insinúa un paralelismo entre La Cámpora y Montoneros. Opino que
cualquier comparación es disparatada. Hay una distancia sideral en aspectos
claves,
tales como:
marco geopolítico regional y mundial; objetivos estratégicos; y
metodología
de actuación.
Considero superfluo ingresar en detalles sobre el
punto.
Quizás
pueda encontrarse algún parentesco -siquiera remoto-
con otras organizaciones, integradas
por gente
relativamente jóven, con actuación durante el
lapso constitucional iniciado en 1983.
Me
refiero a la
Coordinadora
Radical y el Grupo Sushi
delarruísta.
Como ahora La Cámpora, los coordinadores fueron
catapultados desde el poder y tuvieron una decidida vocación por ocupar espacios
en el aparato del Estado; también en una dirección similar a los
camporistas
en relación con Néstor y Cristina, se autodesignaban como
los fieles custodios del pensamiento del Caudillo de
Chascomús.
Sin
embargo, los coordinadores acreditaban un tiempo de preparación y actuación
considerablemente mayor a los chicos de La Cámpora. Desde la fundación del
grupo (Laguna
Setúbal, Provincia de Santa Fé, en 1968) hasta su acceso al poder
habían transcurrido quince años de intensa militancia
y acopio de experiencia política.
Respecto a los efímeros
Sushi, podría verse una proximidad en
que,
como
hoy
La
Cámpora, se arropaban bajo la figura de un
vástago presidencial. Empero, visualizo que los jóvenes
delarruístas
derrochaban frivolidad y exhibicionismo. Es indiscutible, la propia Di Marco lo
reconoce, que los muchachos de La Campora se mueven con
mayor
discreción y con apariencia de austeros.
A mayor abundamiento, Máximo tiene una novia bonita
y prudente; es improbable que emprenda la conquista de
Shakira.
II.-
El
libro no pasa de la descripción superficial
de una agrupación política en candelero.
Hay
profusión de datos y hechos anecdóticos, varios de los cuales probablemente sean
conocidos por personas interesadas en el quehacer político. Por el contrario,
escasean los análisis y
ponderaciones más rigurosos. Los que figuran en el libro no pertenecen a su
autora, ya
que son opiniones públicas de algunos intelectuales
(Sarlo, Novaro, Liliana De Riz, Caparrós, y
otros).
Este
escriba hubiera preferido un enfoque, más abarcativo y profundo, sobre el fenómeno de
repolitización de las juventudes argentinas registrado en los últimos
tiempos.