Por Alberto Hutschenreuter
En 1945, el general Charles de Gaulle sostuvo que en Europa hubo dos países que perdieron la guerra, mientras que los demás fueron derrotados. Fue una reflexión estratégica: muchos creyeron que el líder francés se refería al vendaval de muerte y destrucción que significó la guerra total en el continente. Pero lo que quiso decir el estadista era que el poder abandonaba Europa, y las potencias europeas pasarían a ocupar un segundo lugar en la nueva estructura de poder interestatal.
Hoy Europa no ha perdido ninguna contienda militar, aunque la guerra en Ucrania le ha significado un impacto estratégico que la ha sacudido de su estatus de “potencia civil", una categoría inexistente en la historia de las relaciones entre estados.
En efecto, dicha historia registra el ascenso y descenso de muchos poderes, pero ninguno de esos centros preeminentes forjó su poder, prestigio y predominancia regional o mundial sobre condiciones que desdeñaron o relativizaron el segmento estratégico-militar y la geopolítica. En su momento, Venecia fue una notable potencia comercial, pero acompañó ese activo de poder suave con una flota de guerra que la protegía. Por otro lado, hubo grandes imperios que fueron insuficientes o casi nulos en otros segmentos de poder: por caso, el más extenso imperio terrestre, el mongol, tuvo su centro de gravedad en el factor militar y la movilidad, pero la carencia o limitación de otros activos determinó su declive y desaparición.
Básicamente, una potencia civil supone un actor que utiliza instrumentos diplomáticos o pacíficos para alcanzar sus propósitos; enfatiza el recurso de la diplomacia. Además, en el caso específico de la UE, también cuentan el desarrollo institucional y su universo jurídico. En otros términos, la UE ha logrado aquello que parecía una quimera en las relaciones interestatales: superar la anarquía entre los estados (acaso es pertinente recordar que uno de los primeros trabajos en materia de relaciones internacionales se titula The European Anarchy, escrito por el británico Goldsworthy Lowes Dickinson y publicado en 1916; en esta obra, el autor consideraba que la guerra de 1914 no era un accidente, sino el resultado “de la yuxtaposición de una serie de estados independientes y armados que operaban bajo las condiciones de la anarquía internacional).
Ahora bien, hay varias observaciones que podemos hacer a este “modelo” post-estatal europeo en su papel de potencia civil.
En primer lugar, la integración no fue el resultado de una evolución natural: el nacimiento de lo que es hoy la UE se dio como consecuencia de la gran regularidad que tuvo lugar en el continente por siglos, el estado de guerra. Si hubo un sitio en la tierra donde el estado de naturaleza “hobbesiano” fue real, ese lugar fue Europa. Allí, los estados se miraban como verdaderos “gladiadores”, para utilizar el término del mismo Hobbes, hasta que comenzaban el combate. Cuando terminó la guerra total, en 1945, con el Ejército Rojo ocupando países de Europa central y con partidos comunistas que concentraban buena parte del electorado, como en Francia e Italia, el reto fue salvaguardar a Europa. Ello, en buena medida, explica el apoyo estadounidense a través del Plan Marshall.
Estados Unidos aportó no solo la ayuda económica, sino la protección estratégica-militar que le permitió a los miembros iniciales europeos “olvidarse” de la seguridad para concentrar esfuerzos en marchar hacia el horizonte de la complementación política, económica y social, hasta llegar a la actual Unión Europea conformada por 28 países. Es decir, Europa logró lo impensado, salir de la anarquía sobre la base de dos regularidades en las relaciones internacionales: la guerra y el amparo de un tercero, el “pacificador americano”, como bien lo denomino John Mearsheimer.
Se aguardaba que, tras la finalización de la Guerra Fría y el desplome de la Unión Soviética, Europa se iría desacoplando de esa vital zona de confort estratégico con el objetivo de “pensarse estratégicamente a sí misma”, sin que ello implicara poner en riesgo la relación con el socio atlántico. Pero Washington no tuvo que preocuparse por ello, pues Europa no solo se mantuvo en la comodidad estratégica, sino que acompañó a Washington en todo lo relativo con su “libreto estratégico”. No la acompañó siempre, es cierto, pues hubo países de la UE que, por caso, se opusieron a la intervención estadounidense en Irak. Pero sí la siguió en cuestiones de escala como ampliación de la OTAN y la lucha global contra el terrorismo transnacional, seguimiento que le ha significado a Europa un sensible aumento de su inseguridad.
En segundo lugar, esa evolución de Europa, con base en superar una regularidad histórica y con el apoyo de Estados Unidos, no se ha dado más allá de Europa, incluso en aquellos escenarios en los que la guerra también ha sido un fenómeno frecuente y extremadamente violento, sobre todo, desde antes de 1939 (concretamente, en el noreste de Asia).
Ningún otro escenario fuera de la UE ha marchado hacia una integración en la que la cesión de soberanías nacionales haya sido tan avanzada. Hubo y hay procesos de complementación entre países, pero nada que vaya más allá de la complementación (no la integración) geoeconómica.
Es decir, “fuera de la UE”, en el mundo prevalecen aquellos patrones habituales de las relaciones internacionales: estados, seguridad, intenciones desconocidas, desconfianzas, autoayuda, capacidades y anarquía. Sin duda que la interdependencia y la conectividad han creado una urdimbre de vínculos que pueden llegar a reducir (por lo oneroso de una ruptura) el conflicto; pero la experiencia nos dice que una globalización abundante no garantiza necesariamente la concordia u orden entre los estados.
Más todavía, actualmente hay procesos de complementación que, más allá del propósito comercio-económico, encierran lógicas de poder. Según el experto George Friedman, la conformación del “Marco Económico del Indo-Pacífico”, impulsado por Estados Unidos, estaría dirigida a restringir los mercados de esa región a China; es decir, la iniciativa es un instrumento de poder que se presenta en términos de bloque geo-comercial.
El hecho de que la UE, particularmente Alemania, haya considerado desde antes de la guerra en Ucrania que su modelo de potencia civil podía convertirse en el horizonte de las relaciones internacionales en el siglo XXI, denota que sus jóvenes políticos, al no haber vivido la experiencia pre-1945 y haber crecido en un entorno de normas, instituciones, misiones de paz, derechos humanos, etc., tienden a considerar que dicho modelo es pasible de extenderse a escala global.
Por último, si la principal característica de una potencia civil es la “diplomacia primero”, evidentemente la misma ha mostrado sus limitaciones antes del 24 de febrero de 2022, cuando Rusia movilizó sus fuerzas hacia el interior de Ucrania. Es decir, la diplomacia europea no solo ha sido insuficiente para evitar una guerra innecesaria, sino que ha terminado sucumbiendo a la geopolítica, la disciplina que nació en Europa y que hace tiempo Europa creyó haber desterrado a través del ascenso de las normas.
Y aquí se combinan todas las reservas que impactan en el modelo europeo de potencia civil y en las posibilidades de extensión del mismo fuera de Europa: fracaso del activo mayor de la UE, la diplomacia; predominancia del ascendente estratégico estadounidense sobre la UE (y la OTAN), cuestión que se corrobora en la persistencia europea relativa con seguir suministrando armas a Kiev, cuando la UE debería esforzarse por redoblar esfuerzos diplomáticos, como asimismo en el segmento de la energía, donde se produjo el desacople de Europa de Rusia; finalmente, el “retorno” de la guerra a Europa, casi 30 años después de la última confrontación que tuvo lugar allí (en la ex Yugoslavia).
En breve, sin duda alguna la UE ha alcanzado logros notables, pero sin estrategia ni geopolítica propia el modelo de potencia civil es algo que no significa nada; más todavía, termina afectando sus propios intereses. Fue así que, cuando la UE se aprestaba para ser el modelo post-estatal internacional del siglo XXI, Rusia y Estados Unidos la "reubicaron" en la realidad. Las relaciones internacionales son relaciones de poder, no de deseos ni de “reinos que nunca existieron”.