Por Bernardo Poblet - Escritor
Es
razonable que los individuos integrados en comunidades busquemos la mejor
alternativa para vivir con menos sobresaltos. En algunos lugares vivir, en
otros, permanecer y en demasiados, sobrevivir.
Las
sociedades evolucionan o involucionan con modos de organización cuya calidad no
siempre es la deseada. Y aparecen los políticos para conducir los gobiernos y
los asuntos del estado y con ellos las doctrinas, los modelos, las
ideologías.
En
algunos países, todavía, los ciudadanos podemos seleccionar dentro de que marco
de ideas nos sentimos mejor, en otros no tienen opción, se aferran, conscientes
o instintivamente, a creencias y conductas de
supervivencia.
Entre
quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos -políticos que le dicen-
aparecen individuos con conocimientos, experiencias y notables habilidades para
atraer gente, ganar su voluntad y hasta su afecto. En
muchos casos parecen ser una particular raza de domadores, capaces de obtener
sumisión
a una idea o a su persona, aunque lo más notable es que logran pegar firmemente
la voluntad de alguien a una situación más o menos cómoda y que no quiera salir
de ella. Dependencia conservadora frecuentemente bajo consignas de tono
revolucionario.
Una
parte de la sociedad quiere estar en la inmediatez; concentrado en su micro
mundo, vive de sus sensaciones. No le interesa los datos, la información
contrastable, las estadísticas y si son confiables o no. Si siente que le va
bien y puede consumir con los medios a los que tiene acceso, está todo muy
bien. Lo que le pasa hoy, define su posición. No importan los otros. Mañana no
existe.
Una
parte de la población es mutante. Ha desarrollado la capacidad de adoptar como
propios opiniones y comportamientos de otros. Se acomodan imita, si es
necesario se mimetiza mientras la cosa anda y si hay peligro, reacciona, muta y
se pega a otra cosa. Y pelea contra la memoria, adquiere una amnesia selectiva:
“yo nunca apoyé a…”
Algunos
se dejan domesticar, es decir aceptan la dependencia, son capturados o se
entregan voluntariamente a sus captores, saben que es la garantía para seguir
gozando de los beneficios. Se vuelven conversos.
Una
parte de la sociedad sabe que es rehén de los subsidios de todo tipo que le
permiten subsistir; puede comprenderlo desde lo intelectual, puede entender que
cada vez gastamos más y cada vez tenemos menos, que
un porcentaje pequeño que genera riqueza trabajando mantiene al
resto.
No quiere ni oír si alguien quiere demostrarle que la situación es insostenible,
que irremediablemente vendrá la factura. No cuestiona, capitula. Nadie aboga
en su propia contra.
Una
parte de la sociedad asume como normal las pequeñas violaciones a las normas
legales de convivencia, a las inocentes corrupciones -las grandes son de otra
dimensión- que permiten tomar ventajas personales o como necesidad “si no lo
hago no puedo trabajar” .No pasa nada, todos roban, siempre lo
hicieron.
Una
parte de la sociedad, sin recursos genuinos, con familias disgregadas o
inexistentes, sin deseos ni oportunidades para salir de ese medio, optan por el
delito. La droga es rentable, la vida es barata, matar es fácil, la impunidad
está garantizada; es una manera fácil de sobrevivir, no hay nada para perder.
Los ciudadanos perdimos la seguridad pública.
Partes
de la sociedad parecen organizarse y actuar como clanes, personas aparentemente
unidas por un vínculo muy fuerte y tendencias exclusivistas. Defienden sus
intereses por arriba de cualquier otro interés. Mafias bajo coberturas
prolijas.
Una
parte de la población asume que no le importa las ideologías, las creencias o
la falta de límites de quienes conducen. “El único límite soy yo y mis
intereses”. Suelen ser siempre oficialistas.
Una
parte de la sociedad vibra bajo la dirección que marcan los medios: modas,
tendencias, sexo, exhibición; se apresura a seguir los cambios en los valores y
en las costumbres que influencian las redes sociales, de impresionante
eficiencia para las comunicaciones pero, como toda herramienta, nunca mejor que
las personas que la utilizan. Habrá que ver en el balance quién está ganando.
Temo que la banalización de temas y el abandono de la intimidad, por ahora, está
goleando.
Una
parte de la sociedad asume principios morales y trata de encuadrar su conducta a
ellos. Se esfuerza, trabaja, trata de ser mejor persona; pelea contra el
escepticismo, se desarrolla pese a la influencia del medio, pese a los pésimos
ejemplos de los que nos conducen, que deberían ser la conducta a seguir. Hay
muchos, no están en los medios, pero están. Aunque demasiados
solos.
Este
incompleto muestreo, unos pocos ejemplos entre muchos, no es reflejo exclusivo
de nuestro país, aflora en cualquier lugar del mundo, donde pongamos la mirada.
El tema es el peso específico de cada grupo. En la Argentina la involución hacia
los menos deseados, el avance hacia la degradación y la descomposición social,
se está acelerando. No nos preocupa con la suficiente fuerza y menos, nos
ocupamos.
Tenemos,
como país, un ganado prestigio por nuestra historia cultural, por la calidad de
individuos que trabajan y estudian, por nuestra hospitalidad social, por la
maravilla de nuestra geografía y por argentinos que en el mundo, por lo que
piensan y por lo que hacen, son reconocidos y valorados.
Como
sociedad, probado desprecio de sus habitantes por la ley como base de la
convivencia. Como estado, recurrente incumplidor de compromisos asumidos,
desprecio por los contratos, por las leyes de juego estables, por la libertad
individual y por la propiedad privada. Un verdadero
prontuario.
Hay
una parte de la población que se entusiasma pensando en múltiples conspiraciones
mundiales en nuestra contra como explicación por lo que nos pasa ¿Tendrán
razón? ¿El
estado está invadido? ¿Infiltrado en la telaraña de la burocracia que toma las
decisiones? ¿Somos rehenes de un poder que no vemos pero existe? ¿Estamos
prisioneros de un diseño de país dominado por oscuros intereses?¿Hemos sido
colonizados por poderes externos y no nos dimos cuenta? ¿Estamos presos por
cometer el delito de querer ser ciudadano y no miembro de
una corporación militante?¿Habremos capitulado
la
república por cansancio o por la fuerza de los que quieren el timón
único?
Hay
respuestas. Por un lado, me atrevo a afirmar que la mayoría no hemos sido
capturados porque no ofrecimos resistencia. Recuperamos el voto, de manera que
algunos nos captaron, nos atrajeron, nos entregamos voluntariamente. Por otro,
escuchamos muchas voces que predican que hay que cambiar por lo nuevo, es decir
reconquistar nuestra libertad. Me sumo, pero me parece que lo nuevo sería que
votáramos a quien proponga “sudor y lágrimas” en el marco de un proyecto
concreto y creíble para asegurar futuro más allá de nuestra generación. No
vemos proyecto y de haberlo, no estamos dispuestos a hacer semejante cosa,
desde luego. No somos Finlandia ¡que embromar!
El
lector puede pensar que este es un razonamiento pesimista. Si, tiene razón,
porque
estamos frustrados, malogrados como sociedad y como reacción, tal vez, las
reflexiones sean fragosas, ásperas, intrincadas, pero si queremos recuperar la
esperanza, una forma de ocuparse es tomando conciencia. Aunque
duela.